Las campanas de la iglesia de Ayapel repicaron con más fuerza que nunca. En el atrio de la iglesia estaba Fernando Choperena, un hombre de 88 años de edad, quien vestido de blanco, esperaba a la que se convertiría en su esposa hasta que la muerte los separe.
A los pocos minutos, luciendo un sencillo traje blanco, sin velo y sin corona, entró la novia. Era María Tomasa Conde Oviedo, quien justamente ese día cumplía los 100 años de edad.
Llevaban algo más de 60 años viviendo juntos, desde que ella llegó al municipio de Ayapel, sur de Córdoba, procedente de Sampués, municipio sucreño.
El rumor de una tierra rica y próspera la hizo abandonar su tierra natal en 1972. Tenía entonces 40 años y 14 hijos a quienes sostener. De esos apenas viven cinco.
A los pocos meses de haber llegado a ese encantador terruño cordobés, donde la ciénaga se parece al mar y donde el bocachico saltaba solo a las canoas de los pescadores, conoció a Fernando Choperena, un vaquero famoso en el pueblo.
Juntos comenzaron a trabajar en las fincas de personajes famosos del pueblo como Ladislao Márquez, Eufemio Jaraba, Manuel Bracamonte, Teodaldo Márquez, entre otros.
Esos recuerdos los narra Tomasa con una lucidez que deja impresionado a cualquiera, pues hoy en día hasta los jóvenes olvidan todo con rapidez.
Sus anécdotas
Tomasa podría contar cientos de anécdotas ocurridas en su larga vida y en efecto así lo hace.
Recuerda por ejemplo que le tocaba cocinar para 60 trabajadores en la época de opulencia de la finca Londres.
No ha olvidado aún que una noche oyó cuando tiraron la tapa de la tinaja, vasija de barro para refrescar el agua, al piso. Como era mujer de perrenque se levantó con el fin de ver qué había ocurrido, pero sorpresivamente se dio cuenta que todo estaba en su lugar.
Dentro de las cosas curiosas que recuerda también están las excentricidades de un personaje famoso en Ayapel, don Lácides Márquez, quien comía en su mesa con 50 gatos y que muchos de ellos le metían las patas al plato sin que este lo considerara anormal.
De esa manera transcurrió su vida hasta que los años y el agotamiento la fueron venciendo y ya no pudo seguir trabajando en esas famosas haciendas.
Junto al vaquero se fueron a vivir al casco urbano de Ayapel donde seguramente terminarán sus días juntos después de haber recibido la bendición religiosa.
Hoy María Tomasa vive con una nieta que ella crió en el barrio Lleras, pero no se queda quieta un segundo. Lava los platos, barre, cocina, lava su ropa, hace el tinto mañanero y atiende a su esposo.
Mira con nostalgia como han pasado los años sin recibir una sola ayuda del Gobierno. Pese a que ha llevado los papeles en varias oportunidades para que le den el subsidio del adulto mayor tampoco ha logrado conseguirlo.
Tomasa no sufre de nada. Nunca le da dolor de cabeza, no tiene azúcar, ni colesterol, ni triglicéridos, cose sin gafas, remienda la ropa y come de todo sin tener que cuidarse de nada.
El día de la boda
Pese a que había vivido 60 años con su pareja nunca había pensado en la posibilidad de casarse por la iglesia aunque sí lo había soñado: entrar a la iglesia vestida de blanco siempre fue su sueño de joven.
El 31 de diciembre, el mismo día que cumplió los 100 años lo hizo realidad. Entró a la Iglesia María Auxiliadora a convertirse en la esposa de Fernando Choperena. Allí estaban tres de sus cinco hijos.
¿Quién se casa a los 100 años? Preguntó el sacerdote para resaltar ante los asistentes la decisión de la nueva pareja. La respuesta de los feligreses fue una carcajada y un fuerte aplauso.
Esta mujer de la generación de los Conde Oviedo, sampuesanos que viajaban ganado a pie desde las sábanas de Córdoba y Sucre a la ciudad de Medellín, estaba haciendo un sueño realidad.
Tomasa no bailó cumbia en las calles de Ayapel, no fue fiestera y toda su vida la dedicó al hogar. Tuvo 14 hijos de los cuales sobreviven 5, 37 nietos, 65 bisnietos y 14 tataranietos, pero ese día bailó el vals como lo hace cualquier novia.
Fernando Arcia Choperena no paraba de sonreír. También recordaba todos los años de su vida compartidos al lado de una mujer, 12 años mayor que él.
Ella lo acompañó en sus aventuras de hombre rudo que era capaz de enfrentarse cuerpo a cuerpo a los tigres de la zona y a los misterios de ‘Pellanga’, un reconocido brujo de la región.
Con la certeza que el amor verdadero es para siempre esta pareja decidió recibir la bendición de Dios el mismo que la mujer llegaba a los 100 años de edad.